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C A R T A

I N H A L A &  EXHALA

11 de noviembre de 2021

Por Margo

   Hace un mes que me apunté a clases de yoga y meditación. Bueno, en realidad, fue una disciplina que "aprendí" de forma autodidacta hace un año durante el confinamiento.

Recuerdo que la pandemia nos animó a estirar nuestros límites, intentar cosas nuevas - hacer pan casero, por ejemplo - y nos tentó mediante la provocación del "oye, ¿por qué no?".


Por aquel entonces buceaba en un océano de nervios esperando una resolución académica bastante decisiva, así que decidí aprender a respirar. Porque si hay algo en lo que andamos todos bastante suspensos, es en lo primero que - irónicamente - aprendemos de forma involuntaria para aferrarnos a la vida. Nuestra eterna asignatura pendiente: inhalar y exhalar.


Antes, una pequeña lección de biología sobre por qué es importante respirar correctamente.

Primero, porque con la inhalación o inspiración se oxigena cada célula de nuestro cuerpo y, segundo, porque al exhalar se desintoxica el organismo. Por lo tanto constituye nuestra primera fuente de energía, aumenta nuestra vitalidad física-psíquica y restablece nuestro equilibrio emocional


   Así que, qué bueno es respirar y ser consciente de ello. A pesar de que siempre voy atacada a clase - porque llego tarde, para variar – en mi caso, necesito la orientación de un profesional que me enseñe a meditar y, sobre todo, a saber estar presente.


Sé que es difícil dejar la mente en blanco – a mí aún me cuesta muchísimo – especialmente, cuando no podemos dejar de pensar en algún problemilla que nos perturba y recorre la cabeza, de lado a lado, cual peonza. Al final nosotros también nos desequilibramos con tanta pirueta. 

Como dijo el catorceavo Dalai Lama, Tenzin Gyatso: "Si un problema tiene solución, ¿para qué preocuparse? Y si no la tiene, entonces, ¿para qué preocuparse?".


   Aún sigo sufriendo rachas de estrés - que van y vienen - y me entrecortan la respiración. Poco a poco intento educar mi forma de tomarme las cosas y cómo responder ante ellas, ya que es lo que, en realidad, está en mi mano. Aprender a cómo tomarnos la vida debería ser una materia obligatoria desde el cole.


Nos van a ir ocurriendo sucesos que serán la antítesis de la felicidad tóxica que absorbemos en redes. Ni siquiera el influencer de turno vive en un mundo de fantasía y color. La vida real no pasa por el filtro ‘París’ de Instagram.

   Hace poco me vi la miniserie de Netflix, ‘Maid’ – una maravilla, por cierto – donde, me dije: “¡Joder! ¡Pobrecita! ¿De verdad a alguien le pueden ocurrir todas estas desgracias a la vez?”. Spoiler para nadie: tristemente, sí.  La realidad supera a la ficción y, precisamente, la segunda bebe mucho de la primera.


Por eso es crucial saber desarrollar nuestro sensor de la empatía con los demás, porque no conocemos sus circunstancias reales y nuestro sentido de la gratitud, por las nuestras propias.

Debemos calibrar nuestras emociones y analizar lo que nos ocurre en cada momento para saber cómo actuar en cada escenario. Por último, reconocer el pánico cuando aparezca - ya que suele ser el causante de nuestros bloqueos - y sacarle brillo a nuestra vena más resiliente. 

    Vivir es darse cuenta de muchas cosas. La vida nos inspira desde nuestro primer soplo de aire, a condición de que también expira y caduca.

Todavía nos quedan dos meses de 2021, el tiempo suficiente para seguir preguntándonos muchos "por qué no", anotar moralejas y asimilar todo lo nuevo que aún nos tiene reservado otro año que nos ha sobrevolado a la velocidad de la luz. 

Inhala y exhala, todo está bien.

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