C A R T A
Dejarse llevar
8 de diciembre de 2024
Por Margo
Un reloj de arena gigante ocupa la habitación. En su interior, me veo a mí misma como un galardón resguardado en una vitrina. Soy propiedad de Cronos, dios griego del Tiempo.
Sujeto un paraguas de colores vivos que, poco a poco, va perdiendo lustro y fosforescencia al entrar en contacto con la cascada ininterrumpida de arena. Entonces, se vuelve sucio, empolvado y opaco.
Puedo sentir un cosquilleo que recorre todo el bastón, una vibración generada por los finos granitos de gravilla al deslizarse sobre los paneles del paraguas. Le acompaña un cántico incesante, como un siseo eléctrico o una mosca fastidiosa que no piensa abandonar las migajas desatendidas de tu plato.
Poco a poco, varios montículos de tierra me abrigan los tobillos y reptan por mis espinillas hasta dificultar la movilidad de mis rodillas. Ahí, descubro que el paso del tiempo nos consume, nos atrapa y nos hace suyos.
Cada uno de nosotros nacemos con un cronómetro personal e intransferible que ponen en marcha justo al golpearnos en el trasero para arrancar con nuestra primera bocanada de aire. ¿Será por eso por lo que nos da por llorar?
No podemos hacer nada más que esperar pacientemente a la caída del último grano, quedando completamente arropados bajo un manto de tierra del que puedan brotar flores.
*
Esta carta se titula: “Dejarse llevar” porque, ¿en qué momento hemos completado los doce meses del 2024?
De vez en cuando, me vienen a la mente los quejidos adultos que solía escuchar de niña: <<El tiempo pasa muy rápido, hija, y con cada año que pasa… todavía más>>. Para entonces, las horas de los días y las semanas de los meses se me dilataban en el calendario con la misma flexibilidad que la de una masa de pizza. De vuelta, exclamaba: <<¡Venga ya, exagerados!>>.
Cuando eres niño y lo vives todo por primera vez - sin demasiadas obligaciones o preocupaciones apellidadas “alquiler”, “facturas”, “intolerancias”, “calorías” o “se ha roto el lavavajillas” - dispones de más tiempo que poder dedicarles a otras cuestiones banales como un examen de Historia a primera hora.
El tiempo, entonces, parecía cobrar un matiz distinto. No sé, pesaba diferente. Parecía que moverlo en carretilla de un día para otro se hacía una tarea muy tediosa. ¿Qué tendrán las primeras veces que han adivinado cómo jugar con el tiempo a su antojo? ¿Será por el estupor y saturación de color que las caracteriza?
Ahora, junto al “Carné de adulto”, recibes el último lanzamiento de esa carretilla equipada con cuatro ruedas supersónicas y una App para que no tengas ni que agachar el lomo para moverla - los dolores corporales a partir de los treinta, sí que saben cómo dilatarse en el tiempo -.
Soy una persona nostálgica por naturaleza. Disfruto rememorando vivencias del pasado, así como, creando otros muchos recuerdos que poder visitar desde el futuro. Esta melancolía derivada por el transcurso del tiempo se ha visto acrecentada estos últimos meses debido a tres causas principales:
En primer lugar he revelado más de cien fotos, pues, tenía la sensación de que iban “cogiendo polvo” y conformando una especie de masa de píxeles cada vez mayor, condenada al olvido o a un difícil rescate con el paso de los años.
De algún modo, siento que, al materializar todas esas experiencias en un soporte de papel con acabado brillo queda demostrado que no ha sido una ensoñación y que han tenido lugar en algún momento de mi línea vital.
Además, lo tangible en acariciar una fotografía - más allá del scroll y el “pellizco” que ejercemos sobre la pantalla – con el mismo esmero que el que practica un ladrón que no quiere dejar huellas, me transmite una añoranza y afecto que me cuesta encontrar en su versión digital.
Hoy en día parece que lo que nos venden es un "trampantojo": una cámara de fotos bajo la apariencia de un teléfono móvil. La inmediatez de ver el resultado - incluso, de poder alterarlas con diversas herramientas y programas de edición - acaban con ese factor sorpresa de las cámaras de revelado: ¿Cuántas saldrán sobreexpuestas? ¿Y subexpuestas? ¿En cuántas fotos se habrá colado algún que otro dedo-devorador del objetivo?
Gracias al tiempo de observación que he empleado al ir alimentando el álbum, he reflexionado acerca de lo rápido que vamos arrancando las páginas del calendario, así como, el sabio empleo que estoy haciendo de mi tiempo – o eso creo - invirtiéndolo en personas que me saben sacar una sonrisa genuina y tan bien retratada en cada una de esas instantáneas.
Segundo, he re-conectado con varias de mis amistades latentes y silenciadas desde que tenía quince años.
Es curioso cómo la década de los veinte nos ha situado a cada uno de nosotros en distintos puntos del mapa para, con el tiempo, sucederse un reencuentro en nuestra ciudad natal. Eso sí, algo más mayores - con nuestras primeras canas, incluso - algo más maduros, perspicaces, ambiciosos y, siempre, con la paradoja en la boca al decirnos: <<Parece que el tiempo no ha pasado para nosotros>>.
Reconforta comprobar que tu “amigo de siempre”, sigue siendo el “amigo de siempre”. Aunque hayan pasado dos, cinco, siete años desde la última cerveza, reconocerlo en la última versión que recuerdas transmite una calidez indescriptible. Sin embargo, lejos de adormilar el nervio, consigue acentuar la percepción de que el tiempo corre tanto – o más - como Usain Bolt.
Por último, me gusta conectar las “Cartas del mes” con los libros que estoy atravesando en ese preciso instante. La lectura me inspira en la escritura; es un viaje de ida-vuelta que nunca acaba.
Ahora mismo me estoy leyendo un manual, “El camino del artista” de Julia Cameron - un regalo de un artista al que quiero infinito -.
Cameron ha ejercido como en todo a lo que aspiro profesionalmente: escritora, novelista, guionista, periodista, directora de cine… (encima de todo, Piscis). Así que me devoro sus palabras como si de una nueva corriente espiritual se tratase.
En particular, esta obra hace cuestionarme qué he hecho con mi tiempo y/o qué espero hacer con el que tengo escurriéndose entre mis manos. A pesar de que ésta no fuera la intención oculta en su sinopsis, claro. Puesto que aún no me lo he terminado, poco más puedo decir. Mientras, os facilito una primera y escueta reflexión.
Siempre me he escudado bajo el verso de “Mamá, yo quiero ser artista” firmado por mi tocaya, Concha Velasco. Sin embargo, Cameron, me ha acabado llamando – o eso creo - por otro nombre: “Artista Sombra”.
La autora, comparte: <<Los artistas aman a otros artistas. Los artistas sombra gravitan en torno a la tribu a la que pertenecen, pero no son capaces aún de reclamar el que es su lugar por derecho propio.
Muchas veces es la audacia y no el talento lo que hace a una persona artista y a otra, artista sombra. Los artistas sombra escogen a menudo carreras cercanas al arte deseado, incluso paralela a él, pero no son el arte mismo.
[...]
Por regla general, se juzgan a sí mismo con dureza, se martirizan durante años por no haber intentado hacer realidad sus sueños, una crueldad que refuerza su estatus de “Artista Sombra”>>.
Si bien no me arrepiento de mis decisiones del pasado – soy fiel defensora de que “todo pasa por algo” –, nunca es tarde para saltar al área donde el fogonazo de luz persigue a quien recorre el escenario.
Recuerdo uno de los ejercicios propuestos al completar una de las doce semanas que conforman el curso: la “Tarta de vida”. Consiste en dibujar un círculo y dividirlo en seis secciones distintas: espiritualidad, ejercicio, juego o diversión, trabajo, amigos y romance. Sobre cada sección, has de colocar un punto más o menos próximo al centro según la satisfacción que experimentes, actualmente, en cada una de esas áreas. Luego, conecta los puntos y observa dónde flaqueas. Será en las áreas más empobrecidas donde debas prestar mayor atención, mimo y tiempo.
Por eso, cada día trato de hacer mejor uso de mis granitos de arena.
El tiempo es, sin lugar a duda, nuestro activo más valioso. Es nuestra contraprestación, nuestra moneda de cambio por habitar la Vida el número de días que nos marca nuestra cuenta-atrás.
Ningún segundo que estoy invirtiendo en pulsar cada tecla de esta carta me será devuelto en el mismo estado físico y mental en el que me encuentro “ahora”. Un “ahora” de hace un segundo que, por cierto, ya está obsoleto. A veces me da por pensar que venimos al mundo como un electrodoméstico, es decir, con obsolescencia programada.
Así que, usa tu tiempo con sabiduría.
Aunque habites en las tripas del cuerpo curvilíneo de un reloj, disfruta construyendo castillos de arena. Si se desmoronan, vuélvelos a erigir ayudándote de refuerzos. Afrontar derrumbamientos con el apoyo de otros soportes de tu alrededor - los que encuentres en las mejores condiciones, claro - siempre será la mejor vía de reforma y restauración.
Transita el momento presente y recibe lo que el Universo te concede para que puedas avanzar. La vida, en el fondo, te está proporcionando todos los recursos que necesitas de forma ininterrumpida, segundo a segundo. Sólo, presta atención.
Vívelo todo mientras aún tengas fuerzas para sujetar el paraguas y todavía el paso del tiempo pese poco.
Feliz 2025.